sábado, 15 de octubre de 2016

El estigma de la religión Umbanda


Por Juan Manuel Otero Barrigón // Ayer fueron las iglesias evangélicas, hoy, y desde hace ya algunos años, la religión umbanda (y junto a ella el resto de las religiones afroamericanas) son las favoritas de los medios de comunicación masivos toda vez que se trata de estigmatizar las prácticas y creencias religiosas alternativas, por fuera de “la oficialidad religiosa reinante”.
Según datos recopilados en el “Atlas de las creencias religiosas en la Argentina” editado por el sociólogo Fortunato Mallimaci, el 0,3% de la población practica alguna variante de las religiones afroamericanas. En nuestro país, según relatan en dicho escrito Nahuel Carrone y Mariela Mosqueira, el desarrollo de los afroamericanismos reconoce dos grandes etapas históricas: en un comienzo, las religiones de origen africano penetraron en la Argentina a través de los esclavos que ingresaron al territorio a través del tráfico, trayendo consigo sus creencias, prácticas y tradiciones, las cuales combinaron con elementos amerindios y católicos. Esta religiosidad inicial fue disolviéndose con el tiempo, hacia fines del siglo xix y principios del siglo xx, como consecuencia de los distintos procesos de descomposición que sufrió la comunidad afro-argentina. En una segunda etapa, cuyo inicio se remonta a la década del 60´, las religiones afroamericanas se reintrodujeron en el país a través de Brasil y Uruguay, generando un rico proceso de intercambio que articuló zonas de frontera (Santana do Livramento-Rivera, Uruguayana-Paso de los Libres) y centros citadinos (Porto Alegre, Buenos Aires, Montevideo). La primera casa de religión africanista en lograr la personería jurídica en el Registro Nacional de Cultos no católicos fue Ile Oxalá e Oxum, fundada en el año 1966 por la mae argentina Nélida de Oxum, quien fuera iniciada en el sur de Brasil.
Durante la dictadura militar, los grupos religiosos afroamericanos fueron objeto de persecuciones y censuras, acusados de extranjerizantes y ajenos a la identidad religiosa católica (a su vez identificada con el verdadero ser nacional ) destino que compartieron junto a otros cultos no hegemónicos en aquellos días de oscuridad.
El retorno de la democracia en el año 1983 posibilitó la progresiva visibilidad pública del afroamericanismo, y su eco en los medios de comunicación, registrándose por ese entonces una gran cantidad de templos. Paralelamente, son los años en los cuales comienza a instalarse social y periodísticamente la tesis de la “invasión de sectas”, a causa de la emergencia de gran cantidad de nuevos movimientos religiosos, muchos de ellos provenientes y financiados desde Norteamérica. Por aquel tiempo, la lupa censora estaba puesta especialmente sobre grupos de contenido cristiano o paracristiano, fundamentalmente aquellos de origen evangélico. Los denominados telepredicadores dominaban gran parte de la escena religiosa alternativa, organizando enormes celebraciones masivas en los estadios de fútbol y bautizando gente a raudales.
En la década de 1990, los grupos afroamericanos se vieron involucrados directamente en la polémica sobre las “sectas” en Argentina, y su imagen social comenzó a sufrir un fuerte descrédito que perdura todavía hoy, en un contexto en el cual si una persona practicante de una religión afroamericana comete un delito, será inmediatamente señalada mediáticamente por su vinculación religiosa. Es así que nos encontramos con titulares estigmatizantes del tipo: “practicante umbanda acusado de…” o "el sospechoso de (X cosa) realizaba ritos umbanda", pero nunca hallaremos anuncios similares que de manera equivalente, señalen la pertenencia religiosa de otros autores de delitos si es que dicha religión está legitimada socialmente, como por ejemplo: “el sospechoso es practicante católico…” o “uno de los delincuentes celebraba fiestas judías…”. Y es que resultan recurrentes los intentos por instalar la idea de que es el sistema de creencias umbanda per sé el que incita al delito, convirtiendo a esta religión en el chivo expiatorio ideal, que posibilita rehuir a la responsabilidad por los problemas sociales irresueltos, como por ejemplo, y entre otros, la violencia de género y el flagelo de la marginación.


Aunque en Argentina funcionan federaciones que agrupan a algunos templos umbanda, no hay una organización claramente centralizada y existe un gran número de paes y terreiros que trabajan al margen de dichas federaciones y que no están inscriptos en el Registro Nacional de Cultos. Esto último, a priori, poco significa. Ya hemos señalado en otras oportunidades la franca inutilidad del Registro Nacional de Cultos y la contradicción de su vigencia en un sistema democrático. Cuando alguien comete un delito, lo hace en tanto ciudadano infractor de las leyes, y no como miembro de tal o cual grupo religioso, figure el mismo inscripto legalmente o no. Y si bien la inscripción en el Registro de Cultos ha significado para muchos grupos religiosos minoritarios la puerta de acceso a cierto reconocimiento y legitimación social, que un grupo esté inscripto no lo exime de incurrir en acciones delictivas o de poseer dinámicas de tipo abusivo; así como, y de la misma manera, el no estar inscripto no implica que las posea. Por otra parte, y para los teóricos del umbandismo, dicha autonomía ritual, junto a su característico sincretismo, son los verdaderos tesoros de la religión, ya que permiten dar lugar a formas de expresión muy ricas y diversas. Actualmente, existe una tendencia al retorno a las fuentes de una religiosidad africana más pura, fundamentalmente en los ritos candomblé y yoruba, desterrando los elementos propiamente sincréticos del culto (aquellos desarrollados, fundamentalmente, a partir del contacto con el catolicismo americano y el espiritismo kardeciano), y resaltando los contenidos más claramente animistas y originarios de estos rituales religiosos. De esto es de lo que se habla cuando escuchamos hablar de “africanismos”. 


Algo similar a lo que ocurre con la religión umbanda y la autonomía en el funcionamiento de muchos de sus templos, lo observamos en una enorme cantidad de iglesias evangélicas, que funcionando al margen de las confederaciones cristianas existentes, desarrollan sus actividades con independencia de las mismas, y bajo la sola dirección de determinado pastor o ministro de culto. Claro que entre la multitud de pastores que actúan en la sociedad pueden existir casos aislados en los cuales algunos de ellos implementen dinámicas grupales de tipo sectario, ejerciendo una influencia manipuladora y desmedida hacia los miembros de su grupo, pero eso es algo que en todo caso, debe ser adjudicado al sujeto en puntual, y no endilgado a la religión como un todo. Lo mismo ocurre con el umbandismo. Pueden llegar a darse casos de paes y maes involucrados en acciones delictivas, claro, pero, ¿qué culpa puede cargarse sobre el resto de los ministros de dicha religión que ejercen su actividad de manera auténtica y honesta? A diferencia de lo que ocurre en los grupos religiosos piramidales como el catolicismo, en los cuales predomina una estructura fuerte y la información circula de manera centralizada, la relativa independencia con la que los grupos umbanda desarrollan sus actividades implica que unos no están, necesariamente, al corriente de lo que puedan hacer (o deshacer) los demás. En síntesis: pueden encontrarse paes o maes que a cargo de determinado grupo desarrollen dinámicas de tipo abusivo, pero será algo que habrá que atender respecto a ese grupo específicamente, y que nada tendrá que ver con la legitimidad de la religión umbanda en sí misma. El problema, en todo caso, será determinado pae, mae o practicante, pero no la religión. La enorme mayoría de los practicantes de la umbanda y sus ministros de culto desarrollan sus actividades de manera comprometida y responsable. Por otra parte, que sus creencias nos resulten más o menos simpáticas o afines, es algo que está más allá de toda esta problemática. En un país libre, cada quien tiene derecho a creer en lo que quiera.
Los grupos abusivos se caracterizan por desarrollar dinámicas de dependencia existencial para “atar” psicológicamente a sus miembros, en clara afrenta contra sus derechos básicos de libertad e intimidad. Estas dinámicas pueden encontrarse tanto dentro de instituciones religiosas amplias y socialmente aceptadas (como ocurre, por ejemplo, con algunos grupos católicos), como también en el interior de ciertos grupos religiosos minoritarios y más bien marginales. También pueden hacerse explícitas en organizaciones cuyo contenido nada tiene que ver con lo religioso y/o lo espiritual. En cualquiera de los casos, lo importante no serán nunca las creencias del grupo, sino los métodos que este emplee.
En el caso puntual de la religión Umbanda, en caso de querer conocerla es sugerible recurrir a la bibliografía especializada de la antropología y la historia de las religiones, sumergiéndonos, de esta manera, en sus reales fundamentos y en su rica cosmovisión, desestimando la escasa “desinformada información” que nos brindan los medios de comunicación masivos. Si todo prejuicio supone, en sus bases psicológicas, una mezcla de ignorancia con profundo temor a lo desconocido, probablemente la umbanda, junto al resto de los afroamericanismos, sean de las religiones menos conocidas y más tersgiversadas de la actualidad. Temida como toda manifestación de la alteridad que irrumpe con su universo de significados imcomprendidos. Universo que sin embargo, al develarse, nos revela su rica y compleja trama de tradiciones, símbolos y creencias. Pero cuyo descubrimiento nos exige ir más allá, barriendo pseudoverdades impuestas y construidas artificiosa e interesadamente.

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