lunes, 10 de agosto de 2020

Sobre el símbolo y lo (de)simbolizante

Por Juan Manuel Otero Barrigón // Lo propio del símbolo es abrir las puertas al visitante ilustre desconocido retornando desde lo lejano. La fuerza del símbolo yace en su continuo sugerir, nunca obligar. Por eso uno de sus virtuales seudónimos podría ser invitación. Si el símbolo compeliera, se degradaría en signo, o bien en alegoría. Pero a diferencia de esta última, el símbolo no apunta a lo expresable, sino a aquello que precisamente, se encuentra más allá de toda expresión. En el paradigma tecnocrático vigente, una de las principales estrategias (de)simbolizantes consiste en degradar al símbolo concretizándolo, revistiéndolo de literalidad. De allí que, extrañamente hermanados con sus fines, florezcan los integrismos, en tiempos de la pretendida “muerte de Dios”. El integrismo es, precisamente, otro de los posibles rostros de la agonía de la dimensión simbólica.