viernes, 26 de enero de 2018

Avatares de la relación maestro/discípulo

"Maestro y discípulo", por Bill Liger

Cinco errores a evitar en la relación con el maestro, por Fabrice Midal

La relación maestro-discípulo está en el corazón de muchos senderos espirituales y religiosos. Comparto este fragmento de un escrito de Fabrice Midal, enseñante budista francés contemporáneo, que si bien está dirigido primariamente al ámbito del budismo zen, plantea cuestiones que bien pueden reflejarse en contextos no budistas, a propósito de algunos de los riesgos que un planteamiento inadecuado que dicha relación pueden conllevar.

(El fragmento cuya traducción presento ha sido extraído del libro de Fabrice Midal “Pourquoi n'y a-t-il pas de chemin spirituel possible sans un Maître ?”, Editions du Grand Est 2009)

La tradición Zen posee esta del la máxima: “Si te encuentras con el buda mátalo”. El Buda no puede residir al exterior de si mismo. Olvidando que el Buda o el maestro son en primer lugar el espacio de la inteligencia que reside en si mismo, se hacen ídolos. El camino budista no consiste de ninguna manera en adorar al maestro como un ser extraordinario, sino en entrar en relación con él porque os muestre un camino que, conduciéndote cerca de ti, te trae al mundo.

Todos los errores de perspectiva vienen del olvido de que lo esencial está aquí. He aquí algunos.

Convertirlo en un ícono

El primer error es percibir al maestro a la manera que tienen los adolescentes de considerar su actor fetiche o su cantante preferido – un modelo con el que identificarse que les da seguridad sobre aquello que su existencia tiene de frágil e incierto. Está de un lado el héroe lejano, soporte de todas las proyecciones, y del otro uno mismo que está separado.

Esta idealización es un obstáculo a cualquier comprensión real del dharma. Se sorprendería mucho los adeptos de esta adulación al señalar cuanto en ella encierra de agresión en la contemplación de su objeto. Sin embargo, ¿que puede ser peor para un ser humano que extirparlo así de la esfera terrestre? Le es negada la menor posibilidad de existencia, se le condena al suplicio que se infringió a si mismo el rey Midas: todo lo que él tocaba se trasformaba en oro, para él no hay ni humor, ni error posible, ni humanidad. Lleno de ironía (o de perversidad) este despiadado aislamiento que es instituido reclama el amor más puro y es acompañado de declaraciones chillonas – desmentidas sin embargo solo por el tono de la voz que las pronuncia.

Recordemos que, en realidad, la relación al maestro consiste en deshacer toda tentativa de separarse de él y de las enseñanzas para descubrir la unidad primordial que existe entre él y nosotros.

Convertirlo en una especie de padre

Segundo extravío: percibir al maestro como aquel que tiene respuesta para todo y comportarse, a su lado, como un niño que rehúsa crecer.

He visto numerosas personas, en centros de meditación, que quieren ver a su maestro para preguntarle: "¿Tengo que comprar esta casa”, “Mi hijo no es amable, ¿qué debo de hacer?”, “Mi marido no quiere hacer lo que yo deseo ...”, o “¿Qué trabajo tengo que hacer?”. El maestro se convierte en profesor, consejero conyugal o financiero, psicólogo. Estas personas generalmente suelen finalmente irse, decepcionadas del dharma, sin darse cuenta de que no es una relación al dharma lo que ellas buscan.

La confusión con una figura paterna puede adoptar formas más complejas a poco que una herida narcisista profunda les haga pantalla. La relación afectiva toma entonces para el estudiante un lugar desmesurado en una modulación dramática desplazada. Una confusión así se superpone a todos los planos, impidiendo poder distinguir verdaderamente lo que es del orden neurótico – de una relación pues puramente fantaseada – del juego viviente de la realidad.

Más complicado todavía: algunos buscan asegurarse sobre el amor del maestro, o cuando menos de un lugar, manifestando la más completa sumisión hacia él, abandonando su propia decencia, y esperando amarrarlo así.

Recordemos que el maestro no está ahí para infantilizar a sus estudiantes sino, al contrario, para empujarles a asumir sus propias responsabilidades, a tomar su propias decisiones. No está para responder a todas las preguntas, sino para permitir arriesgarse a ser más libres.

La falta de reconocimiento

El tercer error consiste en considerar al maestro según lo que él os aporta. Tomáis aquello que os gusta, dejáis aquello que no os conviene – sin verdadero reconocimiento hacia él y sin tomar en serio sus instrucciones. Dicho de otra forma, acaparáis la experiencia de la apertura que hacéis conceptualizándola para insertarla en vuestro sistema de pensamiento. Más o menos consciente y sistemática esta actitud apunta a atrapar o rechazar vuestra vulnerabilidad y lo incognoscible propio de toda experiencia. Os separáis así de vuestro propio corazón en lugar de dejarlo llorar – como se dice de que “la viña llora” cuando en primavera la subida de sabia hace llenarse de gotitas los sarmientos.

El maestro no es un bibliotecario que os da el libro que habéis reservado, el os trasmite su propia experiencia, su propio camino, su corazón. Sin responder a esto, sin desarrollar una forma de reconocimiento y de ardor, es imposible en el fondo oír y vivir la enseñanza. Solo la gratitud corta el egoísmo y os une al maestro.

Viendo como el maestro esta él mismo al servicio de la situación, como constantemente busca ayudarnos, se pone de manifiesto que la relación más adecuada a mantener con él es servirle a nuestra vez – es decir servir la visión que lo inspira. Se participa entonces al mismo destino.

La posición histérica

El cuarto callejón sin salida es la histeria. La persona histérica se maravilla de la existencia del maestro, le canta alabanzas, cae desmayada ante su presencia. Puede incluso lograr hacerse pasar por un modelo, por el ejemplo del estudiante perfecto, hacer que alrededor de ella nadie se sienta a la altura. Solo ella sabe de lo que él tiene necesidad, solo ella lo ama. Pero la intensidad pasional en la que está atrapada no tiene nada que ver con una relación autentica. El histérico no busca de ninguna manera encontrar la persona del maestro, no tiene nada que hacer con su enseñanza – incluso si puede tener necesidad de imaginarlo grandioso y de decirlo. “Lo que la histérica quiere, explica Lacan, digo esto para aquellos que no tienen vocación, debe ahí de haber muchos – es un maestro. Esto es de todo punto claro. Es incluso la cuestión que hace falta plantearse de si no es de ahí de donde parte la invención de un maestro. Ella quiere que el otro sea un maestro, que sepa muchas cosas, pero igualmente que no sepa bastante para no creer que ella es el precio supremo de todo su saber. Dicho de otra manera, quiere un maestro sobre la que ella reine. Ella reina, y el no gobierna.

Lo que puede ser que tema por encima de todo una persona así, es ser amada, y que de esa forma el dharma se convierta en real – pues el dharma es el espacio del amor liberado y benevolente. Su actitud apunta a preservarla de la posibilidad de ser alcanzada y hecha, por el amor, vulnerable. En su figura más terrible, la histérica quiere ser la Ley, atraparla, poseerla. Lo cual es propiamente imposible. Es por esta razón la antípoda del maestro – que es la Ley por que sabe que es ella quien le sostiene y en lo que consintió.

Creer que el maestro sabe

Otro gran error, paradójico a primera vista, es creer que el maestro detenta un saber definitivo. Verdaderamente el maestro no sabe nada. Pensar que el maestro detenta un saber que os haría falta es un forma de necedad. Verdaderamente nadie, absolutamente nadie, puede saber cualquier cosa. Esta es una de las más profundas verdades humanas.

Se pueden saber cosas – que París es la capital de Francia, que 2 y 2 son cuatro – pero en cuanto a lo esencial, en cuanto a la existencia misma, en cuanto al “gran asunto” de la vida y la muerte del cual habla el Zen, ningún saber del orden de la certeza es posible. Pero como una verdad así es abisal, espantosa, para obtener seguridad se proyecta sobre el otro la posesión del saber. Se huye así de nuestra propia finitud, allí donde el camino consiste en reconocerla y en tener nuestra oportunidad.

Cada vez que considero que alguno “sabe”, estoy al punto de ilusionarme. Nadie sabe, Reconocerlo, hacer el duelo del hecho de que otro sepa por mi, está en el centro del camino budista.

Es posible exponer esto de otra forma: lo que el maestro sabe, realmente lo sabemos también nosotros – simplemente lo hemos perdido de vista. Pero la prueba de que lo sabemos es que tan pronto como lo dice, reconocemos su proposición como verdadera. ¿Cómo podríamos reconocerla si no la conociésemos ya?

No teísmo

Los cinco callejones sin salida descritos aquí se sostienen todos sobre la dificultad en articular correctamente al maestro externo – el ser humano que encontramos – y el maestro interno – la sabiduría que espontáneamente existe en nosotros. El papel del primero es liberar al segundo, incitarlo a manifestarse en la vida de sus estudiantes. Este lugar corta de cuajo el riesgo de hacer del maestro un ídolo -y el budismo, como toda tradición espiritual, está enteramente apuntalado sobre la preocupación de evitar a cualquier precio este riesgo fatal.

El maestro no está fundamentalmente fuera de vosotros. Lo encontráis a la vez como persona y en la apertura que ya está en vosotros – y que él os muestra. La verdadera relación con el maestro consiste, por esta razón, en uniros a él, en ser Uno con él – y de ninguna forma en colocarlo al exterior de vosotros como un héroe o un dios. Esto es incluso lo esencial de la relación a Buda en la tradición no-teísta que es el budismo. Ningún Dios, ningún salvador.

El sentido de la práctica es comprender que nosotros no estamos jamas separados de la apertura que nos ha presentado el maestro. Ella reside en la palma de nuestra mano. La relación con la persona del maestro es entonces más simple, ni idolatría ni voluntad de posesión sino amor simple y benevolente.

viernes, 19 de enero de 2018

Bajo distinto prisma


Pintura: David Choe

Por Juan Manuel Otero Barrigòn // La figura del líder es la clave para entender el funcionamiento de todo grupo sectario abusivo. Los miembros de los grupos sectarios están siempre más primariamente prendados del líder que de la ideología, que va a ocupar un rol secundario. Esto es algo que muchos estudios sociológicos y antropológicos contemporáneos sobre el tema no tienen en cuenta, sobre todo cuando centran sus esfuerzos, valiosos por cierto, en defender la legitimidad de las heterodoxias frente a la cultura oficial dominante. Focalizan un aspecto del fenómeno que los profesionales de la salud vemos bajo otro prisma. De ahí que muchos sostengan que el concepto de "secta" es obsoleto y poco académico. Quizás lo sea, y de hecho, muchos profesionales de la salud apelan ya a otros significantes. Pero lo cierto es que lo que antropólogos, sociólogos y psicológos entienden por la categoría "secta", diverge en su significado y alcance. Para la psicología, la relación líder/grupo es fundamental, indicativa del principal vector de análisis que nos ocupa. De allí que no interese la legitimidad social que un grupo tenga, su número de integrantes o las características de su doctrina. Cuando hablamos de grupos sectarios abusivos, nos importan los métodos y las dinámicas que emplean, y no lo que los grupos humanos, en su libertad de conciencia, eligen creer. 

viernes, 5 de enero de 2018

Los peligros del fanatismo intransigente


por Alberto Soler Montagud

Podríamos definir a los fanáticos intransigentes como aquellos que se aferran a sus convicciones (religiosas, políticas, tradicionales, culturales y hasta deportivas) con un énfasis rayano en lo patológico por su sordera ante el criterio ajeno, su incapacidad para dialogar y su tendencia monotemática a hablar siempre de y desde su credo aunque el tema no lo requiera. Obstinados hasta la exasperación, los fanáticos intransigentes hacen extensiva su obsesión a cualquier faceta de sus vidas, son insoportablemente reiterativos y también propensos a sentirse atacados cuando se les rebate.

El fanático intransigente se adhiere a su causa sin oponer trabas ni condiciones. Acata sin rechistar las mentiras con las que es captado y, en casos extremos, es hasta capaz de matar o morir por las ideas imbuidas en el disco duro de su raciocinio.

Sin duda, los fanatismos más peligrosos son el religioso y el político, dos paradigmas de la intransigencia en los que una supuesta moral en el primer caso, y una argumentación racional basada en mentiras y promesas en el segundo, conducen a las masas a una ceguera y una sordera selectiva que sólo les permite ver y escuchar lo que aceptan como dogma y única verdad.

Históricamente, la religión y la política han sido fuente frecuente de fanatismos arquetípicos capaces de convertir a hombres y mujeres libres en esclavos de las normas que unos sectarios e inteligentes adalides introyectan en sus mentes. El resultado, en el mejor de los casos, son conflictos sociales que dividen a la sociedad (e incluso a los microcosmos familiares) en dos sectores contrapuestos, y en el peor el inicio de un conflicto bélico. Todo se complica y agrava cuando el fanatismo religioso y el político van unidos (como es el caso del terrorismo suicida yihadista), pues las consecuencias pueden ser espeluznantes.

Pero sin necesidad de llegar a tan dramáticas confrontaciones, cuando en una sociedad regida por unas normas de convivencia irrumpe un fanatismo enarbolando la premisa de «estás conmigo o contra mí», es fácil que se rompa el equilibrio entre lo racional y lo emocional, y que personas sensatas e inteligentes se transformen de pronto en una suerte de trastornados abducidos por los delirios de un iluminado (y su organizada cohorte) que les contagia sus fantasías y les promete un Nirvana que su razón jamás admitiría, aunque su yo emocional lo recibe con los brazos abiertos.

Un signo de alarma de que algo así pueda estar sucediendo en una colectividad es la proliferación masiva de individuos obsesionados con una quimera, personas hasta entonces razonables que de pronto exigen un imposible desde la realidad paralela donde se instalan, personas que consideran sus ideas innegociables y que se sienten amenazados por enemigos imaginarios cuando se les contradice. Esta metamorfosis en la percepción de la realidad es el resultado de una manipulación sectaria orquestada por unos lideres con ínfulas de grandeza y hegemonía (también percepciones paranoicas de ser oprimidos o invadidos en sus derechos) que impulsan a las masas a cometer actos de insumisión, haciéndoles creer que ellos (y no quienes sufren las consecuencias de su locura) son las únicas víctimas.

Texto publicado originalmente en http://www.levante-emv.com