martes, 29 de septiembre de 2020

Verdad y Certeza


Por Juan Manuel Otero Barrigón // La ilusión prometeica de la modernidad consistió en pretender hacer del sujeto fuente de toda la verdad, a costa de reducirla a un trascendental inmanente, hecho a la medida de cada quien. Sabido es que, con Descartes y la Modernidad, la búsqueda de la verdad devino en persecución de certezas, cristalizadas estas en el dato exacto, al mismo tiempo comprobable y comprobado.  Pocas expresiones cotidianas reflejan con igual contundencia nuestra tecnificada vocación de certezas como aquella que acostumbra repetir: “esto está demostrado científicamente; sentencia firme con la que pretende abolirse toda búsqueda escurridiza a los pesos y medidas impuestos por el contemporáneo paradigma cientificista. 
Y es que en efecto, cuando el cientificismo se erige en la vía regia para llegar a la verdad, devenida ahora en certeza, se termina sacrificando a la primera en aras del pensamiento exacto. 
Paradójicamente, la certeza vive más lejos de la verdad que la propia mentira. Esta última no es sino una verdad que afirma lo contrario de otra verdad, de la cual se distingue por carecer, como aquella, de un fundamento real que la mentira no tiene. Pero la búsqueda de certezas suele ser fuente, tantas veces que es cansador enumerarlas, de convulsiones y conflictos, ya que las fronteras tienden a ser siempre subjetivas y variables, y por eso mismo, debatibles. De allí que el pintor George Braque alguna vez afirmara que “las pruebas cansan a la verdad”. La búsqueda de la verdad nutre por igual a las partes que dialogan, enriqueciéndose mutuamente en el camino; mientras que la persecución de certezas, obliga a sus agentes a reducir el mar a charco, y el campo a huerta. De este modo, al enfatizar el instinto territorial, la certeza atrapa a la verdad en un corset que la termina asfixiando. 

🎨 Pintura: "La Vérité", por Jules Lefebvre, 1870.