martes, 9 de julio de 2019

Apuntes para repensar a "La Familia", el Culto de Charles Manson (Parte 3)

Susan Atkins y Patricia Krenwinkel


por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Cátedras "Psicología Social" 
y "Psicología de la Religión" - Universidad del Salvador, Buenos Aires)

"La Familia" nació en el Haight de San Francisco en 1967, coincidiendo con la eclosión plena de la contracultura hippie. Poco tiempo antes, Manson había recuperado su libertad tras varios años de cárcel por robo y proxenetismo. En esa ciudad conoció a Mary Brunner, la primera integrante oficial del Culto, y con quien tuvo a Valentine Michael Manson, su  tercer hijo. Posteriormente, se sumarían otras personas al grupo, especialmente adolescentes mujeres, algunas de las cuales pasarían a integrar el núcleo duro de la Comuna, con un rol destacado en  los crímenes de 1969. Entre ellas: Susan Atkins (alias "Sadie"), Lynett Fromme (alias "Squeaky"), Leslie Van Houten (alias "Lulu"), Patricia Krenwinkel (alias, "Katie"),  Catherine Share (alias "Gipsy"). Otros integrantes, varones que también cumplirían un papel protagónico en "La Familia", fueron Charles "Tex" Watson, Robert "Bobby" Beausoleil, Steve "Clem" Grogan y Paul Watkins. Aunque los seguidores más fieles a Manson, rondaban entre las doce y quince personas, más de 100 se integrarían temporalmente a la Comuna durante sus años de actividad.

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Charles Manson fue un hombre que quiso decir algo, y lo dijo de manera cruel, brutal, inhumana. Sus actos fueron más impactantes y claros, pero totalmente inmersos dentro de la travesía violenta que acompañaba gran parte del orden establecido de su época. Probablemente, una mayoría silenciosa que aprobaba la guerra de Vietnam y los asesinatos de estudiantes en Kent, quizás no fuera más que un campo de cultivo para decenas de Manson. Entre ellos, sin ir más lejos, podemos citar al oficial Calley, autor de la masacre de My-Lai. En el fondo, quizás no haya grandes diferencias entre My-Lai y el crimen de Sharon Tate: dos actos de ferocidad inaudita, violencia inútil, bestialidad gratuita. Uno bajo el título de crimen, el otro bajo el amparo de una guerra. ¿Quién le pone nombre a estos términos? En mi libro "Hamelin: un ensayo sobre fanatismo, abuso emocional y manipulación psicológica en grupos sectarios" (2016), recordábamos al respecto las palabras de Lewis Carroll, en un pasaje de Alicia en el País de las Maravillas

"Humpty Dumpty: Cuando uso una palabra 
quiere decir exactamente lo que yo quiero que signifique.
Alicia: Pero ¿cómo nos pondremos de acuerdo?
Humpty Dumpty: Lo importante es quién tiene el garrote".



Sharon Tate (1943-1969)


La palabra diablo, en tiempos de la muerte declarada de Dios, toma, desde hace algunas décadas,
sorprendentes sentidos. Uno de los más potentes es el del Gran Revelador, delator de la cara oculta, de la violencia subterránea de los rectos ciudadanos que sostienen, con sus impuestos, una sociedad agresiva que nada en la violencia. Si Manson despertó general indignación, no fue sólo por el rechazo provocado con  la espiral de locura que desató, sino porque en él la sociedad percibió parte de su propio juego subterráneo al descubierto. O como dijera alguna vez Hermann Hesse: "Sólo odiamos intensamente aquello que somos. Lo que no es parte de nosotros, no nos inquieta".


(Continúa próximamente)

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