sábado, 7 de noviembre de 2020

Avatares del devenir

Por Juan Manuel Otero Barrigón // En las tradiciones místicas y espirituales, la experiencia interior de la individuación siempre se consideró lo más valioso e importante de la vida; lo único que puede brindar una satisfacción duradera. No obstante, ¿qué pasa con las personas cuya búsqueda espiritual comienza muy tempranamente? C.G.Jung vio que la vida tiene dos fases distintas, ambas relacionadas con el aprendizaje. La primera mitad se caracteriza por la expansión de la personalidad y la adaptación al mundo exterior. Salimos al mundo y nos abrimos paso. Estudiamos, aprendemos un oficio, trabajamos, nos convertimos en padres. Esta es la fase extravertida de impactar en el mundo exterior. La segunda mitad se caracteriza por un giro hacia la vida interior, donde los intereses espirituales cobran progresivamente mayor importancia. La transición entre las dos fases es la crisis de la mediana edad. Este suele ser un momento de dificultad. Las exigencias de la vida son diferentes en las dos fases y las reglas cambian
Jung era cauteloso respecto de aquellos que comenzaban el viaje espiritual antes de haber tratado con el mundo exterior y lidiado con los problemas y desafíos del desarrollo personal. No hay duda de que la espiritualidad, en tanto expresión de lo más propiamente humano, puede servir, en ocasiones, de refugio y escape de la realidad y sus dificultades. Ese es uno de los principales riesgos implícitos en la dinámica de algunos Nuevos Movimientos Religiosos que exigen una vida comunitaria y la sumisión a un maestro o gurú. La abdicación disfrazada de la difícil responsabilidad de convertirse en adultos

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