“Un sombrío magnetismo: líderes de culto y complejo de pueblo elegido. Mirada analítica*
Por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Cátedra “Psicología de la Religión” – USAL. Coordinador de la Red de Estudios Religare.)
Resumen del trabajo: En un mundo colmado de incertidumbres como el que habitamos, la necesidad de sentirnos seguros y reconocidos puede ser muy fuerte. Devaluadas aquellas meta-narrativas que otrora colmaron de sentido la vida de las personas, ciertas comunidades espirituales, religiosas, o incluso psicoterapéuticas, se erigen como pequeños refugios proveedores de perspectiva trascendente, desde los cuales enfrentar estos tiempos convulsos, de constantes cambios. La situación se complejiza cuando algunos de estos grupos, a instancias de sus figuras preeminentes, adquieren tintes exclusivistas, renuentes al intercambio creativo con el exterior. Esta disertación se propone reflexionar sobre los cultos y sus líderes, la psicodinámica analítica de estos dispositivos grupales, y las dificultades que entrañan en el marco de todo proceso genuino de individuación.
Comencemos con una definición. Desde la psicología social, llamamos Cultos a aquellos grupos que, con independencia de su origen o sistema de ideas, profesan una devoción excesiva a la figura de un líder, manifestando un funcionamiento grupal caracterizado por la presencia de dinámicas abusivas, coercitivas, antiéticas y manipuladoras. Dinámicas las cuales tienden a generar, entre sus miembros, profundos lazos de dependencia materiales, emocionales y existenciales, vulnerando, por esta vía, derechos básicos fundamentales.
Aunque los cultos a veces aparecen en las tapas de los diarios por la tragedia o el escándalo, los rasgos que los definen son inherentemente humanos y se manifiestan en un amplio espectro tanto de tamaño como de gravedad. Para cumplir con sus propósitos, los Cultos aprovechan los sentimientos y deseos humanos universales, como la necesidad de pertenencia y la resonancia de la influencia de los padres. Aunque como adultos ya no dependemos de la familia y la tribu para la supervivencia física, nuestras necesidades psicológicas de seguridad y apego siguen siendo poderosa.
Todo grupo humano, ya sea una
pandilla, los simpatizantes de un club de fútbol, o una religión organizada,
reflexiona sobre sí mismo y construye un discurso compartido. Este discurso
puede plasmarse de diversas formas: desde una simple afirmación auto valorativa
sobre el propio grupo hasta toda una cultura nacional, un código de conducta, o
un libro sagrado. Esto conforma el ADN del grupo, su identidad, su manera de
verse a sí mismo. Sin un discurso identitario compartido, el grupo,
simplemente, se disolvería. Cualquiera sean sus actividades y sus ámbitos de
actuación, la colaboración se vería interrumpida y los miembros pasarían a
integrar otros colectivos. Es por eso que la identidad y la cohesión grupal son
dimensiones diferentes, pero profundamente interrelacionadas.
Ante cualquier factor que ponga
en peligro la unión del grupo, el mismo reacciona reafirmando su identidad. Un
ejemplo de esto podemos encontrarlo en el auge del nacionalismo que azota a los
países durante los conflictos bélicos. Sin embargo, no son sólo las agresiones
externas lo que puede poner en riesgo a los grupos: cualquier acontecimiento
traumático, o un cambio drástico de contexto, o la amenaza de desintegración,
disparan el resorte identitario, reforzando la línea que separa el “nosotros”
del “ellos”.
De esta manera, podemos ir dando
cuenta de que las semillas que al germinar distinguen a un Culto como tal, se
fundamentan en la psicología inherente a todo grupo humano, y que los Cultos,
en dicho sentido, son una exageración, una desmesura, una formación artificial
a partir de rasgos inherentes a toda agrupación.
Como parte del itinerario
inevitable que los miembros de Cultos experimentan, estos sufren, a través de
un proceso lento, insidioso, y progresivo, una triple pérdida: la amenaza constante
de expulsión y/o castigo por parte del grupo (líder), la desvinculación
profunda de su Sí Mismo (Self) y el progresivo alejamiento de la riqueza
aportada por la exterioridad cúltica.
Aclaremos que preferimos hablar
de Cultos, y no de sectas, ya que este último significante, el cual hay que
decirlo, goza de mayor difusión social en las sociedades hispanohablantes, suele
disparar una serie de asociaciones plurisemánticas y cargadas de connotaciones
sociales fuertemente peyorativas en el imaginario popular, asociadas íntimamente
con el campo religioso. Por el contrario, consideramos que el significante
Culto, más común en los países de habla inglesa, aún sin estar exento de cierta
problematicidad, apunta mejor a lo que desde una perspectiva psicosocial nos
resulta clave, esto es, el culto a la personalidad del líder propio de estos
grupos abusivos, y sin el cual, la fisonomía de los mismos se desdibujaría,
pasando a constituir algo distinto.
En ciertas oportunidades, nos
encontramos con grupos que, cerrados en sí mismos, y convencidos frente a los
demás de su superioridad espiritual, filosófica, política o religiosa, se
atrincheran dentro de los límites de sus pretendidas verdades descubiertas, las
cuales consideran vedadas para aquellos que no pertenecen al grupo.
Caracterizamos a esta peculiar situación con la expresión “Complejo de Pueblo
Elegido”.
Recordemos, siguiendo aquí a
Daryl Sharp, que el complejo constituye un “grupo
de ideas o imágenes emocionalmente intensas”. C.G.Jung señalaba que los
complejos son “astillas de la psique”, y que en la etiología de su origen, una
de las causas más comunes es el conflicto moral, derivado de “la aparente imposibilidad de afirmar la
totalidad de nuestra naturaleza”.
Los efectos negativos de un
complejo suelen experimentarse como distorsiones en alguna de las funciones
psicológicas (sentimiento, pensamiento, intuición y sensación). El peligro de
los complejos no radica en su existencia, sino en la falta de consciencia de
los mismos. Dicho de otro modo, en tanto no sabemos que tenemos complejos,
estamos expuestos a ser manejados por ellos.
A este quedar sumidos a la
actividad de los complejos, Jung lo denominó posesión, refiriendo así la
identificación de la conciencia con estos contenidos inconscientes.
Los grupos y comunidades poseídos
por el “Complejo de Pueblo Elegido”, instrumentan dinámicas que tienden a
separar a aquellos que pertenecen de quienes no pertenecen, motivados por la
necesidad de proteger la pureza ideológica, emocional, y/o conductual que
atribuyen al grupo, frente a la amenaza de “contaminación” exterior.
Por tal motivo, proyectan su
Sombra afuera, siendo este un mecanismo homeostático por medio del cual el
grupo consolida su cohesión, al tiempo que le permite dar forma al “chivo
expiatorio” que justificará su alejamiento de un mundo concebido, en mayor o
menor grado, como pernicioso y degradante.
Impera, aquí, la lógica maniquea
de buenos/malos, salvados/condenados, santos/pecadores que simplifica la
realidad, pero que otorga, en el mismo recorrido, la tranquilidad de artificio
que supone la convicción de “estar del lado correcto de la vida”.
Cuando una mayoría se halla en
estado de enajenación, de fascinación con una idea, no hay punto de
confrontación, de conflicto, no hay quien señale lo destructivo de la conducta;
en otras palabras, los síntomas mencionados arriba no se ven, pues todos están
de acuerdo en que "así son las cosas".
En un mundo colmado de
incertidumbres como el que habitamos, la necesidad de sentirnos seguros y
reconocidos puede ser muy intensa. Al punto tal que muchas personas se muestran
dispuestas a renunciar a importantes cuotas de libertad y autodependencia, si
de “pertenecer” y “formar parte” se trata.
El “Complejo de Pueblo Elegido”
va minando, progresivamente, la apertura dinámica, creativa y flexible del
grupo para con su entorno, encerrándolo en actitudes rigoristas e
intransigentes, que tornan a sus miembros inflexibles y severos hacia los
demás, pese a que, ellos juren, sólo los motiva el amor al prójimo.
Dichos grupos acaban funcionando,
psicológicamente, de manera estereotipada, sin posibilidad de interrelación
dialéctica con el mundo, lo que conduce grupalmente al autocentramiento en la
propia y exclusiva lógica, y por ende, a la clausura de intercambios
enriquecedores con la sociedad.
Creerse parte del “Pueblo
Elegido” otorga a los componentes del grupo la convicción de estar frente a una
misión importante que cumplir, frente a un Destino y una Tarea, parodia
colectiva del Viaje del Héroe del que nos hablaran mitólogos como Joseph
Campbell.
Sofocada la individualidad
de sus miembros, se interrumpe, al decir de Rafael López Pedraza, el viaje
interior de la psique, el cual requiere, para su buen despliegue y desarrollo, de
un confrontarse sin velos con las propias zonas inexploradas de la
personalidad. En tales grupos, todo cuanto tiene lugar en el alma, es
reinterpretado según las concepciones colectivas. Todas las posibilidades de
apertura creativa al mundo y a la vida son encorsetadas por la psicología cúltica.
Encerrados en su propia burbuja,
los miembros del Pueblo Elegido vagan con mapas mojados por un desierto sin
límites, sintiéndose herederos de una Tierra Prometida, que esperándolos en
ningún lugar, sólo ellos, en sus ensueños colectivos, creen conocer.
Los líderes de Culto se
distinguen, en palabras del analista francés Jean Marie Abgrall, por su
narcicismo maligno, a lo cual se suman el carácter paranoide, la frustración
existencial, y el consabido fanatismo, como rasgos estructurales inherentes a
dichas personalidades.
La relación que el fanático
establece con su idea es una relación emocional, y como tal, asimétrica. El yo
del fanático mantiene un vínculo de necesidad con su objeto de devoción. Este
se constituye en la fuente exclusiva de todo su sentido de integridad.
El fanático, en palabras de la
psicoanalista Mirta Goldstein, revela “una
posición apasionada del ser”. Expulsa la polivalencia de las diferencias y
se sacrifica y sacrifica para hacer consistir sus ansias de completitud. El
fanático no tiene ideas, las ideas lo tienen al fanático.
También el líder de Culto ejerce
una peculiar fascinación entre aquellos que lo siguen, un poder numinoso.
Mana es una palabra melanesia que remite a la cualidad mágica o numinosa de los dioses y objetos sagrados. C.G.Jung llamaba “personalidad mana” a aquella que encarna este poder mágico. En la psicología profunda, supone así, el efecto inflacionario de asimilar contenidos inconscientes autónomos, que elevan al ego de la persona al nivel de una fuerza sobrenatural. En palabras del propio sabio de Bollingen, “La personalidad mana es un dominante del inconsciente colectivo, el conocido arquetipo del hombre poderoso que aparece en forma de héroe, jefe, hechicero, curandero, santo, gobernante de hombres y espíritus, amigo de Dios”(*). En su forma corriente, la personalidad mana se ha traducido en la figura del chamán, sacerdote o sacerdotisa, y que en tiempos más recientes, según Jung observaba, llegaba a prolongarse hasta la misma figura del médico y del analista. Jung advertía que hallarse dotado de mana resulta peligroso, ya que puede conducir a la megalomanía. Las personas poseídas por esta fuerza llegan a creer equivocadamente que son capaces de todo. También puede ocurrir que se proyecte el mana en otros, depositando nuestra fe en grandes líderes o jefes de distintas “tribus”, renunciando a la percepción de nuestro propio poder. En ese sentido, Jung sugería que la mejor manera de posicionarse frente al mana era trabajando en su paulatina integración a nuestra personalidad y a nuestra conciencia. No reprimirlo, y no proyectarlo, abriéndonos a la posibilidad de diálogo con la sabiduría del inconsciente.
En nuestra práctica clínica con víctimas de grupos abusivos observamos, de manera contundente, como muchos líderes de Culto expresan la adulteración de este poder/mana, por lo que su ego termina apropiándose de algo que en su origen no les corresponde. Las consecuencias, como enseña la casuística histórica, pueden ser catástróficas. Tiempo atrás, una querida amiga, sobreviviente de la tragedia de Guyana de 1978, me compartió la siguiente fotografía de su archivo personal. Allí se observan las manos de una mujer sosteniendo la túnica blanca de Jim Jones, líder del Templo del Pueblo, durante un servicio religioso en Los Ángeles. La potencia de esta imagen captura las profundas resonancias inherentes a la personalidad mana. Para muchos de sus seguidores, entre los principales dones del reverendo Jones, estaban los poderes de curación. De ahí que, como en tantos otros casos, este hombre ejerciera una poderosa fascinación sobre los demás. Lo importante es recordar que esta personalidad mana no llega a ser divina del todo y, según sea el caso, podría conducirnos tanto a niveles superiores de consciencia como a alejarnos radicalmente de ellos. Citamos nuevamemente palabras de Jung: “(…) Tampoco creo de ningún modo que sea posible escapar de este poder superior. Sólo se puede variar la orientación para con él, evitando así el riesgo de ir a parar ingenuamente a un arquetipo y verse luego obligado a desempeñar un papel a expensas de su humanidad. El estar poseído por un arquetipo le convierte al hombre en una figura meramente colectiva; le convierte en una especie de máscara, detrás de la cual lo humano, lejos de poder desarrollarse en modo alguno, ha de atrofiarse progresivamente. (…) Si se tienen en cuenta los efectos morales de un inconsciente trastornado, efectos desoladores y de gran alcance, es preferible hablar de una venganza de dioses ofendidos. (…) Por lo tanto, conviene no perder de vista el peligro de incurrir en la “dominante” de la personalidad-Maná. Porque este peligro no sólo consiste en que uno mismo se convierta en máscara paterna, sino también en que quede entregado a dicha máscara si la lleva otro”.
En su reciente libro “Dark Religion”, el analista junguiano Vladislav
Solc sugiere que el enfoque junguiano es de búsqueda, no de certezas. Jung
mismo proponía que el fanatismo es una sobrecompensación de la duda.
Sabemos que la patología produce
sufrimiento, y que en ciertos casos, la religión puede ser presa de influencias
patológicas. Cuando ciertas fuerzas no son adecuadamente contenidas por la
religión, la persona puede enfermar, aunque la religión no sea propiamente la
causante de dicho conflicto. Los Cultos pseudorreligiosos, pseudoespirituales y
pseudoterapéuticos, más otros credos radicales, son muchas veces expresión de
una energía arquetípica numinosa mal vehiculizada, tramitada dificultosamente
por el ego, o inadecuadamente asimilada por el grupo. Esto no dice nada sobre
la naturaleza de las propias energías, que son inefables. La perspectiva junguiana no patologiza ni
moraliza los procesos arquetípicos, tampoco los reduce a algo totalmente
cognocible. Lo que sí proporciona son herramientas para comprender estos hechos
y reconocer cuando fenómenos aparentemente malignos también poseen elementos de
sus opuestos que son buenos, además de los elementos psicológicos que no son
saludables (Solc, 2020).
En un contexto como el actual, signado por sus altos niveles de ansiedad e incertidumbre, donde la pérdida de apoyos y la emergencia de temores renovados contribuyen a darle forma al paisaje social, se potencia el surgimiento de grupos que, aún sin llegar a ser Cultos, se mueven en la órbita de un pensamiento de este tipo, discurriendo por un mismo camino único y aislante. Pensemos sino en casos como el fenómeno QAnon en Estados Unidos, en los grupos antivacunas, survivalistas o conspiracionistas de toda laya y color. Pueden sumarse a ello ciertas prácticas relacionadas con la salud y el bienestar, el recrudecimiento de discursos fundamentalistas, o la (re)emergencia de grupos que azuzan con un próximo fin del mundo, reconociendo en la pandemia señales de los últimos días.
Frente a la tentación confortable de fundirnos en la masa, o la adopción de relatos excluyentes que contribuyen a desgarrar el tejido social, la invitación junguiana supone una apuesta sólida al eros creativo, donde la interrelación que congrega al individuo con la comunidad que este integra, resulta simultáneamente reconocida y estimulada.
Jung advertía el riesgo de que el
material inconsciente se adueñara de la persona (1940, [OC 11, párr. 141]):
"Dondequiera que [el] inconsciente
reine, hay esclavitud y posesión". Es sumamente necesario que exista
una relación y un diálogo recíproco entre las esferas de lo consciente y lo inconsciente. Es el tenue
y siempre frágil equilibrio de ambos lo que puede protegernos de la trampa
fanática, por un lado, y del sentimiento de deserción espiritual, por el otro
(Solc, 2020).
La dinámica cúltica obstruye el
desarrollo óptimo de la personalidad, ya que inhibe, regula y aprisiona los impulsos
naturales de la Psique, frustrando la auténtica búsqueda de sentido tras las
rejas de una dorada prisión psicológica.
Terminemos recordando que en su
proyecto de revisión de la psicología, el analista estadounidense James Hillman
impulsaba la premisa consistente en «hacer alma», como invitación a una nueva
forma de ver y de estar en el mundo. Tarea que nos exige descender a las profundidades,
abandonando las pretensiones de dominio y de autocentramiento, para cobijar los
estímulos de las imágenes con las que la realidad se dibuja, y abrazar así, el
destino que cada uno de nosotros lleva en su interior desde el nacimiento, esa
«bellota» cuyo desafío es aprender a cultivar. Posibilidad solamente abierta a
quienes libres de las ataduras a dinámicas abusivas y dependencias estériles, pueden
vincularse sanamente con el mundo desde “adentro”, poniendo a disposición de
los demás los dones y talentos propios cuya singularidad es siempre nueva, siempre
fresca, siempre irrepetible.
* Trabajo presentado en la III Jornada Regional Junguiana celebrada los días 29 y 30 de Octubre de 2021 en la provincia de San Luis.
Bibliografía:
Jung, Carl
Gustav. "The Mana Personality" (Collected Works volúmen 7), Princeton
University Press, NJ, 1966, pp 227-242.
Otero Barrigón, Juan Manuel. Hamelin: un
ensayo sobre fanatismo, abuso emocional y manipulación psicológica en grupos
sectarios, Edición kindle, 2016.
Sharp, Daryl. Lexicon Junguiano. Cuatro
Vientos Editorial, Santiago de Chile, 1994.
Solc,
Vladislav. Dark Religion. Chrion Publications, Asheville, 2018.